lunes, 6 de noviembre de 2017

La mentira de los tres meses de vacaciones de los profesores y lo que de verdad oculta

Es uno de los lugares comunes más repetido sobre los docentes, que son considerados unos privilegiados. Pero este desprecio oculta otro importante problema social.


Si quieres tocarle las narices a un profesor, no hay nada mejor que sacar a colación sus “tres meses de vacaciones”. No hace falta ni siquiera añadir el clásico “¡qué bien vivís!” o la coletilla “y luego os quejáis”. Con eso suele ser más que suficiente para echar sal a una herida mucho más profunda, la del progresivo desprestigio de los profesores que tiene en esta apelación a su supuesta vaguería una de sus expresiones más extendidas. Tanto, que Esperanza Aguirre, en su día, ya recordó a los profesores ante sus reivindicaciones salariales que “la mayoría de madrileños trabajan más de 20 horas”, dando a entender que la jornada semanal de los docentes era de 16.
Parece una tendencia global. En Argentina, Cristina Fernández de Kirchner también se refirió a “las jornadas laborales de cuatro horas y tres meses de vacaciones”. El vídeo bien puede ser utilizado como tortura para los docentes aplicado como el Tratamiento Ludovico de 'La naranja mecánica'. Como cualquiera de ellos explicaría, se trata del error de confundir la jornada lectiva en la que dan clase a los alumnos con la jornada laboral completa (que es de 37,5 horas). De igual manera que nadie diría que un abogado solo trabaja las horas que pasa en un tribunal, los profesores dedican el resto de su jornada a otras actividades, desde recibir a padres hasta corregir exámenes, pasando por claustros o guardias.Esa es otra: la del trabajo invisible de los profesores, que los que hemos convivido con ellos hemos podido ver con nuestros propios ojos en forma, por ejemplo, de montañas de exámenes corregidos en largos maratones dominicales o de largas reuniones de evaluación que acaban por la noche. Pongámonos en el absurdo de equiparar el calendario de los profesores con el de otras profesiones: ¿alguien cree que es, ya no factible, sino medianamente razonable que un docente dé ocho horas de clase al día durante 11 meses al año, incluido julio, sobre todo teniendo presente lo que ocurrió el pasado junio durante la ola de calor? ¿Con qué dinero se pagaría?
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Las vacaciones son para el verano

Pongámonos ahora en otro supuesto, en el cual, efectivamente, los profesores recogen los bártulos el 21 de junio a las tres de la tarde, el colegio echa el cierre hasta septiembre, y el cuerpo de docentes en su conjunto tiene más de dos meses para ver las nubes pasar. ¿Cuál es exactamente el problema, más allá de la envidia consustancial de la que los funcionarios también han sido víctimas? ¿No se trata, en todo caso, de una aspiración legítima siempre y cuando uno no sea un 'workaholic'? ¿Nos parece mal que un adulto (probablemente con hijos) pueda tener tiempo libre durante el verano o nos parece mal porque nosotros no lo tenemos y preferimos el “mal de muchos”?
En otras palabras: ¿no se trata de otro signo más de que nos hemos obligado a aceptar jornadas leoninas, una existencia hiperconectada al trabajo durante 24 horas al día los siete días a la semana, y que pretendemos que el resto haga lo mismo? El verano era tradicionalmente la época del año dedicada a los niños, la del retorno al pueblo (a los abuelos, a los tíos, a los primos, los amigos…) y al reencuentro con los padres que habían pasado el resto del año trabajando. Una época familiar por antonomasia que conformaba recuerdos imborrables y que ha terminado por convertirse en un quebradero de cabeza, especialmente en los hogares donde los dos miembros de la familia trabajan.
Al final, la guerra discursiva contra los profesores en realidad no es más que el síntoma de un problema más profundo, el de la conciliación laboral. O, en otras palabras, qué hacemos con los niños cuando no están en el colegio. Hace un par de semanas, padres furiosos protestaron por que la Escuela Primaria Danemill cerrase sus puertas los viernes al mediodía, básicamente, porque les obligaba a ir a recoger a sus hijos antes. A lo largo del año, los niños ven sus agendas llenas de clases extraescolares, deportes e idiomas con el objetivo, en parte, de tenerlos entretenidos hasta que los padres puedan volver al hogar después de haber hecho un buen puñado de horas extra (no remuneradas) para sus empresas.
El verdadero problema de los profesores o, mejor dicho, de los colegios es que sus horarios no encajan con la jornada laboral de los trabajadores, que se ven obligados a buscar alternativas durante los meses de verano. “A lo mejor debe ser la sociedad la que se adapte al calendario escolar, no la docencia la que se adapte a los padres”, me dice Luis. “Ahí está el centro de la cuestión para mí; deben ser los padres los que luchen por sus derechos, no hacer que el resto pierda los suyos”. Pero probablemente resulta más cómodo (y catártico) intentar que se extienda el modelo “colegio-como-guardería” a los meses de verano que dar la vuelta a un modelo de explotación laboral que parece global e irreversible y, lo que es peor, en muchos casos es interiorizado como forma imprescindible de sobrevivir o medrar en tu carrera profesional.

Pídele cuentas al rey

El profesor se convierte, así, en el chivo expiatorio de los problemas causados por las dificultades de conciliación laboral, de igual manera que el trabajador de un 'call center' tiene que tragarse las broncas de los clientes insatisfechos con el servicio. Si hay algo que está claro, es que, si eres el eslabón más débil, no puedes tener ningún aparente privilegio. “Quizá el problema aquí es que el empresario medio español emprendedor quiere que curres 15 horas y te olvides de que tienes una familia”, sugiere de nuevo Luis. Así, los colegios han terminado diversificándose como un lugar donde dejar a los niños mientras que las empresas se han lavado las manos respecto a las soluciones.
Hay parches más o menos útiles, claro, que pasan por promover y financiar medidas de conciliación que no hagan recaer en el sistema docente y sus profesionales unas tareas que en sí no les corresponden. Luis recuerda que en su barrio las bibliotecas organizan a través del Ayuntamiento campamentos diurnos, y que en los países nórdicos, “si tu hijo está malo, ese día no vas a trabajar y no pasa nada; si debe irse del colegio, sales de trabajar y no pasa nada; si tienes que ir a una reunión del colegio, la empresa te pone todas las ventajas para que acudas sin problemas”. Asociaciones de padres españoles han pedido la regulación del derecho para acudir a reuniones con el tutor de los hijos en horario laboral. "Si su reivindicación es que haya medidas sociales orientadas a que puedan estar tutelados durante la parte de sus vacaciones que no comparten con sus tutores legales, una vez más, estaré luchando con los padres", añade Elías.
Mientras tanto, asistimos a otra batalla en una guerra que cada día nos suena más: la de un sector profesional contra otro, la del trabajador contra el trabajador, que consideran que la única medida posible es la de igualar a todos por lo bajo. A día de hoy, parece mucho más plausible que los profesores terminen dando clase hasta el 31 de julio, para que los padres puedan seguir trabajado desde el amanecer hasta la noche sin tener que romperse la cabeza con qué hacer con ellos, que se obligue a las empresas a flexibilizar sus horarios e incentivar la conciliación (de verdad, no utilizándola como un arma para contratar solo a personas sin cargas familiares). La próxima vez que sienta envidia por los tres meses de vacaciones del profesor de su hijo, dedique de paso unos segundos a saber qué van hacer este verano sus superiores… y durante cuánto tiempo.

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Fuente de la noticia: https://blogs.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/tribuna/2017-07-08/mentira-tres-meses-vacaciones-profesores_1410100/