Además de su labor docente -imparte clases en el departamento de Gobierno y en la facultad de Derecho-, Martínez es desde hace cinco años el director del
Real Colegio Complutense en Harvard, el único centro internacional afiliado a esta universidad. El objetivo de la institución, creada hace 26 años, es impedir que los
españoles con talento se queden fuera de Harvard por falta de recursos económicos. Para ello disponen de un presupuesto anual de cerca de un millón de dólares para ayudar a estudiantes, doctorandos y profesores a costear su estancia en esta universidad, la más antigua de Estados Unidos fundada en 1636 y de la que han salido
47 premios Nobel,
47 Pulitzer y
32 jefes de estado de todo el mundo. Solo el 6,2 % de los solicitantes consigue acceder.
Antes de llegar a Cambridge, donde se encuentra el campus de Harvard, Martínez fue asesor de varios ministros de Educación españoles en diferentes gobiernos socialistas y miembro del comité de políticas educativas de la
Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), entre otros cargos ligados al ámbito educativo.
Respuesta. A diferencia de lo que sucede en España, el acceso a la universidad en Estados Unidos no se basa únicamente en el expediente académico, sino en una serie de habilidades que el currículum español no contempla. El término que se usa es el de well rounded personality, que viene a ser un perfil multidisciplinar, alumnos que con 18 años han realizado voluntariados o incluso fundado una ONG, que saben tocar un instrumento o que lideran una asociación juvenil. Se espera que sean proactivos y participativos y el sistema educativo español no potencia especialmente esas cualidades. Desde preescolar, en España la educación es de hardware, se basa en meter información al disco duro. Sabemos situar el mar Caspio o la población de Guinea Ecuatorial, pero no aprendemos a identificar problemas y a buscar soluciones. En Estados Unidos, la formación es más de software, centrada en la capacidad para desarrollar el pensamiento crítico. Desde pequeños les enseñan a innovar.
P. Usted ha sido profesor de Derecho Constitucional en la
Universidad Complutense durante años. ¿Qué diferencias encuentra entre el alumnado?
R. El nivel de atención que reciben los estudiantes de grado en Harvard es equiparable al de los de doctorado en España. En ningún caso las clases superan los 18 alumnos, exceptuando las clases magistrales en las que entran hasta 500. Pero eso son casos excepcionales, como, por ejemplo, las que imparte el
profesor de filosofía política Michael Sandel, uno de los máximos gurús del momento. Una de las grandes ventajas es que los estudiantes tienen a su disposición al docente, a un profesor asistente y a un cuerpo de bibliotecarios que les buscan cualquier información que necesiten. Desde que comienzan la escuela, les enseñan técnicas de argumentación y son muy buenos armando discursos. No tienen miedo de levantar la mano delante de sus compañeros porque aquí ninguna pregunta se considera estúpida. Están educados para respetar las opiniones de los otros.
Solo el 6,2 % de los solicitantes consigue acceder a Harvard
P. ¿Cuál es su principal crítica al sistema universitario español?
R. La formación universitaria está demasiado encasillada. Si uno se va al
Nasdaq-el mercado de valores norteamericano- comprueba que el 75% de las empresas no existían hace 10 años.
Los empleos del futuro no están claros y por eso la especialización por sí sola ya no sirve. Hacen falta perfiles muy transversales. En Harvard los estudiantes no escogen especialización hasta el quinto año, cuando comienzan su máster. Durante los primeros cuatro años siguen el llamado
Liberal Arts, un programa académico en el que ellos escogen las asignaturas que les interesan vinculadas con matemáticas, psicología, física o derecho, entre otras. La idea es que tengan una formación básica en todos los campos. En una politécnica española no oyes hablar de
Kierkegaard. En cambio, el
Massachusetts Institute of Technology (MIT) ofrece una formación técnica con complementos humanísticos y tiene profesores como
Noam Chomsky, considerado el pensador contemporáneo más importante. Las habilidades para los nuevos empleos no se aprenden en un máster y quien venda eso está mintiendo. El gran valor del sistema público en España es la universalización de la educación superior. Ahora hay que dar el salto a la excelencia.
P. Como docente, ¿cuál es la gran ventaja que ofrece una universidad como Harvard?
R. Aquí el que lo hace fatal se queda sin alumnos. La primera semana de clase se celebra la shopping week (semana de compras) en la que cada profesor cuenta en qué consiste su asignatura. Los docentes pueden proponer cada curso nuevas materias o modificar el contenido. Compiten por captar con una buena oferta a los alumnos; tienen que saber venderse. El hecho de no conseguir estudiantes puede tener un impacto en su continuidad en la universidad. La gran virtud de este sistema es la capacidad de elección que tienen tanto alumnos como profesores. Los estudiantes escogen las asignaturas que conforman su programa académico. Creo que empoderar a los estudiantes y establecer esa presión sobre los profesores es positivo.
P. ¿Cree que en España podría funcionar una fórmula similar?
R. El sistema español prima mucho la investigación en la carrera académica y muy poco la docencia. De hecho, la Ley Orgánica de Modificación de la Ley Orgánica de Universidades (LOMLOU) establece que la investigación es el fundamento de la buena docencia. Estamos presionando a los profesores para que tengan trienios de investigación, cada vez con lógicas más dirigidas a entender la ciencia como la suma de publicaciones en revistas de impacto. Es normal que el profesorado dedique tiempo a lo que tiene incentivos. Los docentes que vienen de año sabático a Harvard no se hacen listos e innovadores de repente, sino que entran en un ecosistema que les excita y les facilita la vida. Aquí no hay límite de recursos, disponemos de la mejor biblioteca universitaria del mundo con 114 departamentos. Solo hay que pensar en el curso ideal y otros se encargarán de comprar lo que haga falta para ejecutarlo.
En Harvard los profesores que lo hacen fatal se quedan sin alumnos
P. ¿Qué tipo de asesoramiento y ayuda ofrece a los estudiantes españoles el Real Colegio Complutense?
R. En los últimos 26 años, hemos concedido 1.500 becas de larga duración y 6.000 de corta. Nuestra función es dar apoyo institucional a la candidatura y ayudar en el proceso de admisión. Ahora mismo, de los 9.851 estudiantes e investigadores que hay en Harvard,
213 son españoles. Cada curso académico disponemos de cerca de un millón de dólares para ayudas que sale del presupuesto de las universidades públicas que conforman el consorcio -
Alcalá de Henares,
Politécnica de Madrid,
Rey Juan Carlos, y las universidades de
Valenciay
Sevilla-. Aunque los alumnos y el personal docente de estos centros tienen prioridad, nuestra misión es ayudar a cualquier español con talento a entrar en Harvard y costear la estancia. La media que destinamos a investigadores ronda los 40.000 euros por persona y la de estudiantes los 30.000. Hay casos es que hemos cubierto hasta 80.000, depende de las necesidades económicas del candidato.
P. ¿Qué consejo se le daría a un estudiante que quiere cursar un máster en Harvard?
R. Para ser aceptado en alguno de los programas, es necesario contar con, al menos, tres o cuatro años de experiencia profesional. No es una exigencia, pero se puntúa. Es prácticamente imposible que te acepten en un máster nada más terminar la carrera. Eso aquí no se entiende. Otro punto importante es que las cartas de recomendación tienen que ser de alguien que te conozca de verdad, si no, se descartan. A los centros de excelencia solo pueden venir los mejores por una cuestión de escasez de recursos. Es la Champions de la universidad, no basta con que te pongan en el terreno de juego. Tienes que jugar el partido.
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