“Mi abuelo fue maestro, y creo que con lo que aprendió en la Escuela de Magisterio tuvo suficiente para ejercer toda una vida. Hoy hacer lo mismo honestamente sería imposible, e intentarlo, un crimen”. Mariano Fernández Enguita, catedrático de Sociología de la Universidad Complutense y director del Instituto Nacional de Administración Pública, recurre al ejemplo familiar para personalizar uno de los grandes dogmas sobre el cambio en el modelo educativo: la necesidad de formarse toda la vida. Y si ese requisito prácticamente no admite excepciones en el mundo profesional, es aún más perentorio en el caso de los maestros.